Obesidad: “Ese infierno tan temido”

Nos quejamos por algunos kilos de más. La Argentina es un país donde la estética manda. La delgadez es un culto y las dietas son una práctica cotidiana y común. La inundación del modelo basado en la idea “coma menos, haga más”, es un deporte nacional. Nadie ha escapado de al menos un intento de dieta en su vida. Una locura, tanto porque se hace sin conocimientos de cómo funciona el sistema de control de peso humano, como por la obscena venta de todo tipo de ideas y porquerías que se hacen por todos los medios posibles. Desde el “llame ya!!!”, hasta el boca a boca, desde los programas beauty de la TV, hasta las revistas femeninas y los diarios. El sistema de peso humano es complejo y claramente no responde al “coma menos y hagas más”. Si la formula fuese tan simple, tan burdamente simple, este flagelo no sería siquiera un pequeño problema, todos haríamos eso y listo! Un tiempo de comer menos y hacer más actividad y listo! Que fácil!! Pero no, el sistema humano de alimentación y regulación de peso es complejo e incluye muchas variables y por eso la obesidad es una patología flagelo a nivel global. Ya no hay dudas, esta pandemia, como se la ha llamado, explota por todos lados donde haya acceso a alimentación altamente calórica como comida barata.

Obesidad es cultura -una forma de comer-, es sociedad -una forma de consumir-, comida, más que comida es hábito, es conducta aprendida, es cerebro que recompensa ciertos alimentos y se hace “adicto a ellos”, es metabolismo, hormona, es genética, complejos sistemas de regulación. Es en resumen un proceso compuesto de muchas variables conocidas y otras que aún resta saber. Por lo tanto la idea de coma menos, haga más, es sino una estafa, al menos una ingenuidad. 

La obesidad en tiempos infantiles, ofrece una posibilidad mucho más alta de éxito y se convierte en un problema de salud que se puede resolver. La obesidad púber o adolescente es más difícil de resolver, sin embargo tiene altas posibilidades también. A diferencia de la obesidad adulta cuyo tratamiento es muy difícil y cuya tasa de éxito es muy baja, en la edad infantil, por el contrario, tiene altas posibilidades de éxito en el presente y prevención a futuro de sus patologías asociadas en la adultez. Sin embargo, claro, tiene algunos problemas.

La prevención primaria es la que apunta a la no aparición de patología, eso es parte de trabajos a nivel de la población que solo el Estado u órganos delegados, pueden asumir. La oportunidad es entonces, la prevención secundaria, o sea que la familia o el pediatra tarden lo menos posible entre la constatación del inicio de la patología, cuando empieza a notarse que se está produciendo una disfunción alimentaria con consecuencias en el peso del niño. Y es en esta última instancia donde se falla y se deja pasar más tiempo que el adecuado y necesario. Hay varios mitos a respecto que no ayudan en nada y aumentan la negación de un hecho evidente: nuestro hijo/a comienza a pasar las barreras de un peso normal debido a un hábito alimentario que no está regulado.

Regulación conductual es parte del entramado de la obesidad. O sea la falta de regulación conductual en la ingesta alimentaria es obesogena. Por lo tanto la tarea es devolver al niño dicha regulación perdida.

Mito 1

Un mito fuerte es: él o ella van a regular solos cuando crezcan. Les falta madurez para autoregularse, que al llegar hacia la adolescencia, traerá la respuesta. O sea nuestro hijo tiene 5, 7 o 9 años y deberá esperar unos 10 años para que entendamos que el problema ya está instalado. Ese tiempo, es estratégico, pues es el tiempo donde la patología pasa de ser manejable a difícil de manejar, y cuando llega a la adultez se convierte en casi imposible de manejar. Las cosas no cambiarán, sépalo, se pondrán peor, actúe ahora.      

Mito 2

Emparentado al 1, es el de ya pegara el estirón y se arreglara solo, como el primo Gonzalo. Pues no, el primo Gonzalo, probablemente hizo algo más que estirarse. Tal vez no se notó, tal vez no se valoró, pero seguramente hubo varios factores en la vida y las decisiones de Gonzalo o de su familia, que hicieron que haya éxito.

Mito 3

En desuso, pero aun imperante es que gordito es saludable y bonito. Los niños más robustos son más sanos, etc. Una vieja mitología de post guerra, que nos trajeron las abuelas justo cuando la industria alimentaria masiva explotaba. Se juntaba una abuela que le metía comida a un niño que estaba ya inmerso en una sociedad que no adolecía de hambruna, sino por el contrario, estaba llenándose de comida.

Mito 4

Frustrar a un hijo es muy malo para su desarrollo. Este es una comprensión social de una tendencia en la crianza de los años 60, caída en progresivo desuso profesional por su rotundo fracaso. La idea es que tras la frustración a los niños yacía un potencial patógeno. Por lo tanto permitirle que se expanda en el mundo a gusto y necesidad era la idea progre del momento. Esta idea está muy extendida en la actualidad y cada vez vemos más chicos sin capacidad de autorregulación en escuelas y consultorios psicológicos con serios problemas de adaptación.

Estos mitos se van entrelazando, junto a otros y juntos van trazando un camino que lleva a la obesidad infantil. Falla la posibilidad de volver exitosa la prevención secundaria e instalada la obesidad en la juventud temprana. Solo resta hacer prevención terciaria, la menos gloriosa de las prevenciones pues se trata de asumir una cronicidad de este cuadro, donde podemos ir controlando sus consecuencias en comorbilidades o patologías asociadas, pero poco sobre el tema en sí mismo. Poco pues las metodologías de adelgazamiento han fracasado sistemáticamente. Dan resultado solo entre los primeros seis meses de iniciado y luego su resultado desaparece en un lapso de un año aproximadamente superada esa etapa de luna de miel, llegando a los cinco años, no solo se llega a recuperar todo el descenso realizado en el 95% de los que intentaron, sino que por el contrario se constata que han aumentado de peso en relación al que tenían al iniciar la dieta en su principio. Este intento de ir y volver o efecto yo-yo es altamente perjudicial y frustrante, generando no solo costos físicos sino emocionales y por supuesto económicos.

La verdadera posibilidad reside en la etapa donde el niño es dependiente de su familia y su entorno inmediato. Donde familia y escuela son los contextos donde más tiempo pasa el niño. Si ese momento se pierde, el tren se fue y según resultados solo la cirugía bariátrica tiene alguna posibilidad de ayudar a volver, con costos altos en todo sentido.

En un mundo obesogeno, la última barrera es la familia. Todavía con suficiente influencia y control de la situación como para ocupar un rol destacado en evitar que este mal global siga creciendo. Hay que ocuparse, claro y mucho. Son unos meses definitivos, luego es más fácil, el tiempo devolverá este esfuerzo con creces.


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