¿El matrimonio, en crisis? No, en caída libre nomás…

Hay muchas razones para hablar que la crisis ha pasado. Esa crisis empezó en la década del 70’, en ella el modelo del matrimonio para toda la vida, comenzó a derrumbarse de a poco, llevando sucesivos ajustes sociales. ¿Funcionó? Pues no.

¿Por qué no?

Pues esa es la gran pregunta. La respuesta, evidentemente tiene varias aristas. Algunas relacionadas a nuevos valores sociales y su impacto en la dinámica del matrimonio reflejada por ella. Otros a que el mismo paradigma de la concepción matrimonial no ha cambiado.

Es decir los cambios han sido más que nada maquillaje o intentos de mediano alcance, no han servido ni los medios de comunicación y sus recetas, los libros de ayuda, las terapias o las nuevas condiciones socioeconómicas que mejoraron en relación a décadas muchas atrás.

Los divorcios se acumulan llegando a números que ya rondan el 60%, la evitación del matrimonio de los más jóvenes se incrementa. Los tiempos del matrimonio son cada vez más breves, pasando de 20 años en las décadas del 70’ y 80’, pasando a 10 años e incluso la nueva tendencia que muestra que la tendencia baja aún más hacia los 5 años. Tampoco ha servido el divorcio como modo de intentar una segunda oportunidad pues las estadísticas dicen que el segundo matrimonio dura menos que el primero y que es posible que en el tercero se alarguen más los tiempos, lo cual no se sabe si es un resultado de un mejoramiento del amor matrimonial o de la madurez de sus miembros o finalmente el descubrimiento de que matrimonio es esfuerzo, tolerancia, tiempo y mucha paciencia.

Estas pautas no se llevan muy bien con una sociedad que postula el hedonismo y la valoración del yo por sobre el nosotros.

Razones de consumo, llevan a los matrimonios a un carrera de gastos que requieren o bien de mucho trabajo o mucha frustración depende de cuánto se consiga y ambas generan problemas que desgastan el vínculo.

Nuevas formas de crianza generan niños altamente demandantes, con una dinámica de interacción altamente desgastante para todos. Padres que permiten para evitar tensiones  y solo postergan el aumento de esta tensión en la medida que los más chicos descubren que el tema es saber patalear para conseguir lo que quieren. Así surgen los conflictos de rol y funciones. A quién le toca qué. El matrimonio pierde en la paternidad mucha de su fortaleza en vez de ganarla en la realización de una familia. Los tiempos de acortamiento del matrimonio coinciden con la llegada del segundo hijo y eso dice algo.

Es claro que la crisis, tomada como un momento de oportunidad ha pasado. El matrimonio tuvo su tiempo de crisis y ahora parece que va en caída. Es una institución que se va volviendo más y más débil. Aclaro que no es una opinión del autor, es una cuestión de estadísticas.

¿Qué paradigma que no cambia es el que ha generado este problema? El patriarcal sin dudas. La idea de una familia “tipo”, se heterosexual, homosexual, la sostenga un hombre o mujer, si sigue un patrón tradicional que ya no se lleva con los hábitos y creencias sociales, cae en la trampa del patriarcalismo. Es una anacronía intentar generar un matrimonio bajo las mismas pautas que tenían nuestros lejanos antepasados. El matrimonio como la conocemos hoy, elegido por amor, monógamo y de aspiración de larga duración, que se fundó como modelo hacia fines del siglo XIX, parece no encajar en tiempos de amor romántico hedonista, polígamo y de poca credibilidad a los procesos de largo plazo del siglo XXI.

Es entendible que si algo funciona sobre las premisas fundadas en códigos sociales “X”, se aplican en códigos sociales “Y”, este no tiene muchas chances de llegar vivo o sano.  

Sumemos al divorcio en ascenso, los números que crecen en matrimonios disfuncionales y las estadísticas sobre infidelidad y veremos que los números son aplastantes, y nos indican de la necesidad de pensar un cambio.

Repensar el matrimonio no es fácil, pero insistir en volver a que se debe llevar las cosas a lo que eran, no es más que “más de lo mismo” y si viene fracasando, nada hace prever que no lo seguirá haciendo y peor a futuro.

Es claro que esta columna no pretende dar una respuesta a tamaño problema, se escapa a la posibilidad el poder pensar un cambio tan radical. Sin embargo hay veces que escribir no es dar respuestas o soluciones, sino sensibilizar y hacernos reflexionar.

Si no hay respuestas debe haber reflexión, se debe asumir el tema con la seriedad que implica y con la creatividad necesaria para no caer en soluciones repetidas. Tampoco en soluciones aún más narcisistas y hedónicas y menos aún en más maquillajes.

Sin embargo es tiempo de pensar, no es cuestión que la institución matrimonial se caiga solamente, es de post divorcios cada vez más largos y más difíciles. Con niños muy pequeños que sufren estos embates posteriores al divorcio de diversas maneras. Pérdidas de todo tipo son las que tiñen estos procesos. Uno de los padre que se ve menos, nuevas casas, nuevas situaciones económicas, nuevas parejas que impiden una mejor intimidad entre los padres y sus hijos, y más y más…

La gente se enamora, la gente siente necesidad de compartir ese amor en la cotidianeidad del convivir y ese convivir y su devenir, los convence de la necesidad de casados o no, fundar una familia con hijos. Eso no cambia. Y si no cambia, algo debe cambiar para que esos vínculos se sostengan con calidad en el tiempo.

El Estado, no solo debe proveer posibilidades de divorcios cada vez más express del matrimonio, sino también asistencia a las crisis de la pareja y en caso de disolución dando el apoyo necesario para que el impacto en los hijos sea del menor costo posible.

¿¿¿Lo dejaremos solo en manos de los legisladores??? Dios nos libre! Debemos iniciar acciones comunitarias, grupos, ONG´s, que puedan crear espacios de discusión y reflexión en busca de posibles cambios para que las cosas vuelvan a tener una sustentabilidad en el campo familiar que se están perdiendo de manera acelerada.

Reconocimiento, Racionalidad, Creatividad y Valentía para asumir este desafío es lo que se necesita, capacidad de autoorganización es necesaria para que no sean los mismos de siempre quienes encuentren las supuestas respuestas. Es un problema de todos y en ese todos radica la posible respuesta.

 

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