“El difícil equilibrio del anhelo y las expectativas”
No sufrimos por el mundo sino por la percepción que tenemos de él. Esta frase que leí hace tiempo en un libro del comunicólogo y psicoterapeuta Paul Watzlawick, y que resume mucho de lo que hablaremos a continuación.
No es lo que el mundo nos brinda sino lo que suponemos que nos debe dar. Eso es la génesis de las expectativas que luego se transformaran en anhelos, deseos y parámetros para evaluar nuestra satisfacción con la vida que llevamos.
Cada cultura tiene un conjunto de creencias básicas sobre qué es felicidad y bienestar. Cada comunidad, la suya, así cada familia y cada individuo y su grupo de pares, también aportan las suyas particulares. Todo esto fogoneado por los medios de comunicación, el marketing y la publicidad. Y advierto, no solo es para vender productos o servicios, sino que hay también marketing para otras cosas, tales como el amor. ¿El amor? Sin dudas! Al marketing del amor, lo podríamos definir como el lugar donde una sociedad posiciona a este fenómeno como requisito para la felicidad.
Así lo hace nuestras culturas y así nacen las creencias sobre lo bueno, lo malo, lo bello y lo feo. Moldean de esta manera hacia donde debemos motivarnos para el cumplimiento de metas en pos de la realización personal, construye conflictos en torno a esta consecución y luego las ubica en un ranking de estatus de realización personal, es decir define nuestro balance personal de felicidad.
Como vemos, muchas de nuestras expectativas son dadas por el discurso social, no somos tan creativos como suponemos, sino más bien recreadores de valores y juicios sociales, tamizados por nuestras, escuelas, familias y amigos.
Esto no tiene nada de malo, es lo humano, somos así, sin embargo, muchas veces, la vida se vuelve muy estrecha en nuestras aspiraciones o muy estereotipada y nos parece que la felicidad solo pasa por algunas pocas cosas y perdemos muchas otras aristas que la vida tiene. Muchas veces nos ponemos metas ajenas a nuestras habilidades o necesidades y terminamos fracasando en encontrarlas o bien las encontramos pero detrás de ellas no hay placer, no hay amor, sino vacío existencial. Es decir, si nuestra sociedad premia económicamente más a un contador que a un músico, y me dejo llevar por la dimensión ingreso económico, es altamente probable que sea menos competitivo en mi profesión, no me agrade hacerla, lo que gane no alcance a cubrir lo que siento de aburrimiento y mis habilidades musicales se desperdicien. Expectativas respecto a que el bienestar económico es base de bienestar es algo que las investigaciones hoy denuncian como una falacia. Si tenemos la base de alimentación, salud, educación y vivienda, no habremos de ser más felices por sumar más dinero. O sea siendo músico y ganando un dinero suficiente para ello su vida hubiera sido más feliz que siendo un profesional de las profesiones “rentables”.
Luego pasemos a expectativas de lo que pasa intrafamiliarmente. ¿Qué esperamos de nuestros padres y que esperan ellos de sus hijos? ¿Cuánta pelea se da en el sentido de los anhelos que tenemos con nuestros hijos y sus vidas y las expectativas que ellos tienen de nuestro rol? Pues muchas. Y muchas peleas y muchas biografías sufridas descansan entre lo que se esperaba y lo que se dio.
En el amor este tema es central, en las parejas se cruzan tantas expectativas, que raramente es posible cumplirlas a medias, y lo que queda más bien, son bases listas para ser maduramente reformuladas durante la vida, volviéndolas reales o ser parte de la caída de la pareja. Los divorcios tan rápidos en tal cantidad de casos ¿qué nos dice? ¿Poca tolerancia a la frustración? Pues sí claro, pero más que nada altas expectativas que son solo distorsiones a la hora de ponerse en marcha. Y la pareja cae por el peso de todo aquello que iba a darse y no ocurre o bien viceversa.
Amor, estatus social, felicidad, éxito, son todas cuestiones relacionadas a las expectativas. El caso de la felicidad es muy particular ya que hay algo muy difundido en nuestra sociedad. El mandato es ser feliz. Parece decir que la felicidad es un derecho y que el que se lo propone con fuerza tiene altas chances de obtenerlo y el que no lo es o es tonto o está enfermo o está siendo castigado…
Veamos un análisis de esta expectativa social tan difundida. Primero nadie define que es la felicidad, por lo tanto al no hacerlo queda un tema muy motivado, pero sin un camino definido. Aquí se abren las puertas de la individualidad, sin embargo como dije, no somos tan flexibles ni las sociedades tan permisivas y plásticas. Entonces encontramos caminos típicos, trabajo, dinero, amor, matrimonio, hijos, y menos ortodoxos: adrenalina y variedad como la pose contracultural. Sin embargo, ¿solo podemos ser burgueses o bohemios? ¿Se puede llegar a otras formas de encontrar la felicidad? Pues claro, hay muchas formas de entender que es la felicidad y para ello a su vez tenemos que tener una metafísica, una idea de para qué estamos aquí. No importa cuál tengamos, pero sepan que la tenemos. De ella surge una perspectiva, valores y actitudes o juicios que luego nos orientan y motivan. Lamentablemente mucho de lo que se define como felicidad no está exento de problemas y sufrimientos y como nadie lo aclara, parece que esta meta estaría equivocada si sufro, cuando en realidad muchas veces sufrir es parte del camino de una meta. La cantidad de chicos dejando carreras, la cantidad de divorcios tan tempranos, las adicciones con o sin sustancia junto a tanto clonazepam y sensación de malestar en la cultura parece indicar que estamos algo equivocados sobre qué esperamos de la vida.
De hecho sería saludable entender la vida como el poeta Machado nos decía: “no hay camino, se hace camino al andar”. No hay fórmulas, hay necesidades y gustos, hay valentía y valores, hay compromiso con todo ello y lucha. Lo que podemos conseguir es incierto, pero si hacemos camino descubriremos que el camino es todo lo que hay y la alegría está en su tránsito. No hay lugar donde llegar, no hay nada que pruebe que el ser humano puede satisfacer sus deseos de manera permanente, hay solo caminos y experiencias. Algunos compartidos por breve o largos tiempos y otros solitarios. Un balance entre esas esperanzas breves y de corta distancia y la pesadumbre del vacío existencial debe ser la saludable salida a este cruce.
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